Los entrenamientos de velocidad más utilizados por los runners son los intervalados, también llamados series o pasadas, en los que se alternan ciertas distancias a altas intensidades con recuperación en el medio. Si bien la mayor parte de nuestro kilometraje acumulado en los entrenamientos de la semana debe ser a un ritmo cómodo, al menos un entrenamiento debería incluir algo más desafiante. Y esa sesión tendrá como propósito mejorar nuestra velocidad.
Ahora bien, ¿qué sucede en nuestro organismo durante los trabajos de velocidad? Cuando entrenamos de esta forma nuestro cuerpo se ve obligado a reclutar más fibras musculares para proporcionar energía aeróbica. Como resultado de esto la economía de carrera, o la eficiencia con la que nuestro cuerpo puede usar oxígeno a un ritmo determinado, mejora. Pero eso no es todo, ya que en los entrenamientos intensos nuestro organismo también aumenta la producción de mioglobina, que ayuda a transportar oxígeno a los músculos y luego a las mitocondrias. Con el aumento de la mioglobina, se satisface la mayor demanda de oxígeno. El entrenamiento de velocidad también puede mejorar nuestro umbral anaeróbico, es decir la intensidad de ejercicio más alta que podemos mantener durante un período prolongado sin que el lactato se acumule sustancialmente en la sangre.
Otra clave para entender este proceso es que durante las sesiones de velocidad el glucógeno proporciona más del 90 por ciento de nuestra energía. Por esto, cuando hacemos trabajos de este tipo quemamos rápidamente el glucógeno acumulado, pero con el tiempo los músculos se adaptarán y almacenarán más glucógeno para entrenamientos futuros. Además, mentalmente los entrenamientos de velocidad le enseñan a tu cerebro a manejar más presión, ya que las sesiones cómodas son fáciles. De esta forma, a medida que te desafíes a ti mismo en los entrenamientos, estarás mejor preparado para manejar el esfuerzo el día de la carrera.
Ya vimos que la velocidad es de gran importancia, ¿Qué otros atributos priorizas a la hora de entrenar?